Así como muchas personas prefieren escuchar canciones en inglés más que en español, otras quizás consideren el francés como el código propio del enamoramiento. La razón puede ser la asociación automática de este sentimiento con el Romanticismo, movimiento cultural y artístico que surgió en Alemania en el siglo XIX y que se extendió a toda Europa, el país galo incluido. De allí, como recordaremos, se extendió a todas las naciones, llevando consigo el cuestionamiento a la razón y el énfasis en los sentimientos a través de todas las formas del amor: a la patria, a la naturaleza, a la vida, a la humanidad y, desde luego, al amor romántico.
A Hispanoamérica, el Romanticismo llegó vía España, sin embargo, debido a los procesos libertarios en curso, en nuestro continente se tomaron los modelos de Francia y no de la península ibérica. Desde entonces y hasta nuestros días, el francés, su país de origen, y París, su capital, se volvieron el centro de manifestaciones artísticas que experimentan con la estética y la expresión de las emociones: la literatura, la arquitectura y la moda, por mencionar sólo algunas, y dejan ver una forma de abordar la belleza, los sentidos, la sensualidad y también el erotismo. De hecho, es un lugar común hablar de las películas francesas como ejemplo de cine sobre el amor: desde las obras más hilarantes (como Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?, Philippe de Chauveron, 2013) hasta las más tiernas (recordemos a Amélie, Jean-Pierre Jeunet, 2001) y las eróticas (Belle de jour, Luis Buñuel, 1967).
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Otros nombres del beso francés: frenching en inglés, baiser amoureux (‘un beso de amante’) y baiser avec la langue (‘un beso con la lengua) en francés. En este idioma, el verbo es se galocher (‘besar con la lengua’).
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